La campaña por las elecciones municipales y regionales va llegando su fin y con ello la bullanguera pero desabrida rumba electoral de música chicha, danza de millones y huachafería visual que inundó la ciudad, para tortura y desconsuelo de los electores.
Porque, en realidad ésta no ha sido una fiesta política democrática, novedosa o atractiva, sino una burda competencia bailable con cumbias pirateadas, regalos a granel y narcicistas carteles publicitarios plantados en cualquier lugar de Trujillo.
Los ciudadanos querían menos floro y más propuestas, menos vacilón y más debate para constrastar los planes y programas, pero éstos,cuando no, brillaron por su ausencia.
Ponerle ritmo a una campaña, porsupuesto,no es malo -la música es un elemento interesante en el marketing electoral- lo negativo ha sido la falta de ingenio en la publicidad y el plagio descarado de videos y canciones.
Huérfanos de ideas y recursos, los tótems de la campaña recurrieron al facilismo de copiar cuanto tema escucharon o vieron por allí y hacerlo suyo con letras e imágenes mal acomodadas, sin respeto por las reglas de la composición, ni mucho menos los derechos de autor.
El uso efectista del recurso musical, no es de ahora. La diferencia es que antes se tomaban con letra y música autorizados (casos Mi Perú o Me llamo Perú) o mejor aún, se hacían jingles expresamente para las campañas y.. claro, se pagaban.
Lo de los paneles gigantes fue otro fiasco. No solo invadieron el espacio público, atentando contra el ornato, que como futuras autoridades se supone van defender, sino que con tormentoso ego colgaron fotos tan retocadas por el fotoshop, que ni los propios candidatos se reconocían.
En fín, como dice la salsa del maestro Lavoe "todo tiene su final..." y, aunque aún debemos soportar unos cuántos mitines al estilo pollada bailable, tenemos un par de días antes del domingo 3 de octubre, para meditar con tranquilidad y luego acudir a emitir nuestro concienzudo y responsable voto.
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